Quienes se toman la molestia de escribir textos sobre los conciertos para violín suelen caer, casi sin excepción, en la tentación de hacer una trilogía; es bien sabida la histórica fascinación del hombre con el número tres, y con toda clase de tríos, tercias y trinidades surgidas de él. En este caso, la trilogía sagrada comprende los conciertos para violín de Beethoven, Mendelssohn y Chaikovski. Sin embargo, no faltan aquellos que, con razón, insisten en incluir el Concierto para violín de Brahms en ese primerísimo nivel de las obras maestras del género; adiós trilogía. Como ha ocurrido y sigue ocurriendo en numerosos casos de la historia de la música, este concierto nació, creció y tomó forma definitiva gracias a la presencia de un intérprete virtuoso cercano al compositor. En este caso, el virtuoso en cuestión fue Joseph Joachim (1831-1907), el violinista más notable y reconocido de su tiempo.

Nacido en Bratislava y muerto en Berlín, Joachim provenía de una familia de origen judío. Estudió en el Conservatorio de Leipzig, que por entonces tenía como director a Félix Mendelssohn (1809-1847). A la edad de 13 años Joachim hizo su primera visita a Inglaterra y desde entonces fue el violinista favorito del público británico. Al cumplir los 19 años se convirtió en violín concertino en Weimar bajo la conducción de Franz Liszt (1811-1886); gracias a su contacto con el gran pianista y compositor húngaro, Joachim se convirtió en un ardiente partidario de la Música del futuro que promovían Liszt y Richard Wagner (1813-1883). Más tarde, sin embargo, Joachim recuperó sus raíces y se reencontró con la escuela de pensamiento musical representada por Mendelssohn, Robert Schumann (1810-1856) y Brahms. Además, fue maestro de violín en Berlín, donde en 1869 fundó el muy famoso Cuarteto Joachim. La fama imperecedera de Joseph Joachim como violinista virtuoso ha hecho que la posteridad olvide sus composiciones, entre las que se encuentran tres conciertos para violín y cinco oberturas. Joseph Joachim tuvo como esposa a la notable contralto Amelia Weiss.

Así pues, este buen violinista no se apartó de su amigo Brahms mientras el compositor creaba su Concierto para violín, asesorándolo principalmente en los pasajes técnicamente complicados. La correspondencia entre Brahms y Joachim en esa época demuestra, por una parte, cierta humildad del compositor y por la otra, una confianza total en el alcance de sus poderes creativos. El Concierto para violín fue escrito por Brahms durante 1878 en su retiro en el pequeño pueblo de Pörtschach, a orillas del lago Wörth, donde también compuso su Segunda sinfonía, que data de la misma época que el concierto. Estas dos obras guardan algunos interesantes puntos de contacto que van más allá de la simple coincidencia de tonalidad, re mayor.