Cuando Prokofiev recibió en Chicago el encargo de componer una obra para la Ópera de esa ciudad, estaba ya trabajando en un libreto basado en una fantasía del satírico italiano del Siglo XVIII, Carlo Gozzi, El amor de las tres naranjas, título que había adoptado una vanguardista revista teatral rusa cuyos postulados suscribía Prokofiev. Su argumento, alegre y absurdo, encajaba perfectamente con el estilo de su música: Un joven príncipe está muriendo de tristeza y solo la risa puede curarle. Pero la malvada bruja Fata Morgana frustra cualquier intento por lograrlo, hasta que, durante una pelea con los guardias de palacio, cae ridículamente mostrando sus bragas, lo que provoca la risa y curación del príncipe. La bruja le maldice y le condena entonces a enamorarse de tres naranjas. El príncipe parte en su busca y las encuentra en un desierto, descubriendo que en el interior de cada una hay una hermosa princesa. Pero dos de ellas mueren de sed, y la tercera habría seguido el mismo camino si el público que asiste a la función, “Los ridículos”, no la hubiese reanimado con un cubo de agua. Ninette, así se llama la superviviente, se enamora en el acto del príncipe, y tras unas cuantas peripecias, la ópera acaba con alabanzas para la pareja.

Teatro dentro del teatro, la ópera se inicia con un prólogo en el que la Tragedia, la Comedia, el Drama lírico y la Farsa defienden sus méritos ante una audiencia de “Ridículos” (en ruso “chudaki”, que significa también “excéntrico” o “bicho raro”). Y la intención de Prokofiev con esta ópera, era precisamente ridiculizar las convenciones tradicionales con una acción escénica absurda y su impetuosa, burlona y acerada música.

La suite orquestal consta de seis brevísimos movimientos que suman poco más de quince minutos. Después de Los ridículos, primer número en donde aparece la representación de los infructuosos esfuerzos por hacer reír al príncipe sigue la Escena infernal: El mago Chelio y Fata Morgana jugando a las cartas. Lo que la hechicera y el Mago del rey se juegan con unas enormes cartas, es la vida del príncipe