El compositor venezolano Antonio Estévez, contemporáneo de Ginastera, comenzó su carrera musical tocando el saxofón en una banda de pueblo antes de estudiar formalmente en Caracas, Estado Unidos y eventualmente en París. Su obra más conocida, Cantata Criolla (1954) utiliza un texto de Alberto Arevalo Torrealba. Se trata de un mítico poema venezolano sobre una competencia de canto entre Florentino y el Diablo. La leyenda faustiana adquiere un color local mediante la identificación de Florentino como un llanero y una competencia entre copleros (cantantes que improvisan líneas poéticas cortas).

El vasto y vacío paisaje es similar a los que inspiraron piezas de Copland y Ginastera, con la música al servicio de la sustancia y el vehículo de dicho certámen. Más que una historia de amor, esta cantata expresa una disputa espiritual. “Tiendo a ser demasiado demandante conmigo mismo, en ocasiones buscando cosas fuera de mi alcance,” reflexionaba el compositor dos décadas más tarde, quizá ilustrando su atracción hacia el texto. La obra está escrita para orquesta coro y dos solistas en tres amplios movimientos. El primero, Lento e Cadencioso, establece un carácter épico con gestos que alternan entre los dramático y lo atmosférico antes de la entrada del coro que establece la escena y da pie al surgimiento de la voz del Diablo.

El coro permanece por lo general en una textura de nota contra nota, destacando las palabras y subrayando la tradición comunal y oral de la historia. Luego viene “El reto” lanzado con toda confianza por el diablo, que es respondido con un tono más serio por Florentino, quien invoca a la tierra: “Savana, Savana, tierra que me hace sudar y amar, he cantado con todo lo que tengo.” El material melódico de los dos personajes hace uso de dos cantos gregorianos: Ave maris stella para Florentino; Dies Irae para el Diablo.