Las sinfonías de Bruckner fueron las primeras en desafiar la extensión de las medidas de la Novena de Beethoven y a partir de ese momento, combinar el legado metafísico de Beethoven con algunos métodos orquestales desarrollados por Wagner en sus dramas musicales. Sin embargo, Bruckner tenía tan poco en común con los seguidores de Wagner como con los de Brahms, y es que su admiración por Wagner no influyó demasiado sus procedimientos compositivos. Es cierto que encontramos cromatismos vertiginosos en su música sinfónica, pero frente a ellos abundan los colores firmes y pasajes severos de las antiguas tonalidades eclesiásticas. El lenguaje de Bruckner era ajeno al desarrollo incesante del discurso tal y como lo planteaba Wagner, dibujándose, en cambio, su discurso, a partir de potentes bloques temáticos, con un tejido interno más rítmico que melódico-armónico; diestro en combinaciones sonoras, el compositor contrapone los temas heroicos de los metales a las suaves melodías de las cuerdas, las armonías verticales a los complejos contrapuntos. La orquestación de sus sinfonías nos hace recordar frecuentemente la relación constante del compositor con el instrumento del que era virtuoso: el órgano; su pensamiento sinfónico recibe la influencia evidente de los registros organísticos.

Así, Bruckner llenó los contornos de la sinfonía con un contenido completamente suyo. La “Romántica” es la primera obra del compositor en la que encontramos su estilo maduro. Bruckner no busca la pasión, el elemento religioso y el sentimiento naturalista convergen en lo místico: música pura dentro de la forma tradicional, pero conectada con un misterio, llena de halos sonoros, tierna y monumental a la vez, grandiosa en sus dimensiones y amplia y densa en su volumen sonoro, en una concepción mística del sonido.

Con el sobrenombre Romántica, la sinfonía es el canto a la naturaleza más apasionado escrito por Bruckner; en un primer momento el músico pensó acompañar su partitura con un programa explicativo, según el cual el Allegro inicial evocaría una villa medieval al amanecer, con sus caballeros y su bosque; perfecto en su construcción, se inicia con el llamado “comienzo de la nada” bruckneriano, estático, en el que el movimiento se desarrolla a partir de un trémolo de las cuerdas, como si la fuerza emergiese gradualmente del vacío. Enormes fragmentos de desarrollo