Conforme adquirió madurez, cada uno de los conciertos para violín de Wolfgang Amadeus Mozart se volvía más largo y épico que el precedente, y para cuando compuso el Concierto no. 5 (llamado el “Concierto turco”), Mozart logró crear algo muy similar al concierto solista del siglo XIX. Aunque la pieza en sí misma está claramente dentro de los límites de la tradición del concierto de cámara clásico, su escala (de alrededor de 25 minutos) y el grado de dificultad técnica son síntomas que marcaron la historia del violín. Muchas piezas con igual o mayor dificultad ya se habían escrito cuando llegó el Concierto no. 5, pero ninguna de ellas sobrevivió el paso del tiempo y, muy seguramente, ninguna es una música tan formidable. Un caballo de batalla del repertorio de los estudiantes y un básico de la dieta del violinista profesional, el no.5 de Mozart puede ser el concierto para violín más ejecutado de la historia.

El enfoque dramático del concierto es impresionante: es casi una ópera disfrazada de concierto, con el solista como protagonista. Mozart no le pide al solista participar tímidamente en el primer movimiento luego de que la orquesta haga como requisito la exposición del material principal, en cambio, hace un alto total al Allegro aperto justo en el punto de la entrada del violín solo y ofrece seis maravillosos compases de Adagio. El Allegro aperto reinicia casi inmediatamente, pero el hecho de que el solista tuviera el poder de detener el ensamble completo en un momento tan inesperado permanece fresco en el resto del concierto –cabe mencionar que, a pesar del reinicio del carácter inicial, el violinista participa con una melodía completamente nueva, electrizante y de altos vuelos, para acompañar esa música.

El Adagio es un movimiento soberbio, más largo por un margen considerable que los movimientos lentos de los cuatro conciertos previos. La melodía inicia sublimemente, y en su porción central atestiguamos uno de los pasajes más impresionantemente bellos jamás concebidos.

Mozart acude de nuevo a un final tipo Rondó francés, mismo que utilizó en los terceros movimientos de los conciertos 3 y 4 (Tempo di menuetto). En un Rondó francés, el movimiento básico es interrumpido a medio galope por una sección contrastante en todos sentidos con lo anterior, y es este contraste –un frenético Allegro– que da el apodo de “Concierto turco” a la obra.

Fuente: Blair Johnston para www.allmusic.com