Cuando se menciona o se oye mencionar la palabra Réquiem, de inmediato viene a la mente la figura de Giuseppe Verdi (1813-1901), a pesar de que su Réquiem no es el único, ni el más antiguo, ni necesariamente el mejor. Pero el hecho de que la asociación sea casi automática indica cuán fuerte es la permanencia de lo romántico, más aún cuando se trata de lo romántico relacionado con la muerte. La necrofilia musical colectiva es digna de tomarse en cuenta, a juzgar por las evidencias. ¿Qué otros Réquiem, o para decirlo con más corrección, qué otras Misas de Réquiem son dignas de atención, audición y estudio? No es difícil encontrar varios ejemplos, ya que el impulso de poner en música los textos del rito que conmemora la muerte es bastante antiguo, y ha recorrido muy diversos caminos en la historia de la música.

Entre lo más antiguo se encuentra el Réquiem de la liturgia del canto gregoriano, homofónico y austero. De aquella añeja misa de muertos se conserva sobre todo la famosa melodía del Dies irae original, que muchos compositores de diversas épocas han empleado más tarde para referirse con música a la muerte. Esta impresionante melodía que ilustra el juicio final ha hecho su aparición en obras de muy diverso carácter, ya sea imitada, sugerida o parodiada: Berlioz, Saint-Saëns, Vaughan Williams, Rajmaninov son sólo algunos de los ejemplos que vienen a la memoria. Hacia 1636, el compositor alemán Heinrich Schütz (1585-1672) compone sus Exequias musicales, obra considerada como el primer Réquiem alemán, y en la que el compositor logró una balanceada combinación de la tradición musical italiana con algunos modos de expresión ya claramente alemanes. Por esa misma época, el compositor bohemio Heinrich von Biber (1644-1704) compuso también un Réquiem, que curiosamente es una obra apacible, tranquila, casi dulce, que nada tiene que ver con el fuego, la pasión y el terror que habrían de comunicar otras misas de Réquiem posteriores. Héctor Berlioz (1803-1869) creó su Grand messe des morts, que entre otras cosas sirvió para reafirmar el adjetivo de artillero que solía aplicarse al compositor francés, siendo una misa enorme, de sonoridades monumentales y amplias aglomeraciones acústicas. Del otro lado del espectro expresivo, el Réquiem alemán de Johannes Brahms (1833-1897) ofrece una cierta melancolía objetiva, reflejo del estoicismo espiritual presente en muchas de sus obras, combinada con una solidez estructural que recuerda por partes iguales a Georg Friedrich Händel (1685-1759) y a Johann Sebastian Bach (1685-1750). Viene después el más famoso Réquiem, el de Verdi, compuesto en 1874 a la memoria de Alessandro Manzoni, y sobre el que aún se debate si es una obra de música sacra o una ópera disfrazada. Sea como fuere, el hecho es que la fama y popularidad del Réquiem de Verdi es incontestable. En 1888 se estrena el Réquiem de Gabriel Fauré (1845-1924), una de sus escasas aventuras fuera del mundo de la música de cámara, que era su territorio natural.