No pudieron elegir a alguien mejor, cuando encargaron a Benjamin Britten (1913-1976) la realización de una Misa de Difuntos para la reconsagración de la Catedral de Coventry en 1962, la cual había sido destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial; no sólo por tratarse del más grande compositor inglés del Siglo XX, sino además por haber expresado durante toda su vida el más ferviente antibelicismo. No conforme con aquello que la música pudiera por sí misma transmitir a sus auditorios, decidió intercalar en esta obra, entre los textos litúrgicos una serie de poemas de Wilfred Owen (1893-1918), un soldado, poeta y pacifista, que perdiera la vida una semana antes del fin de la Gran Guerra.
Frente a los preparativos que se estaban realizando en Inglaterra, Britten no quiso comprometerse de ningún modo con el conflicto que se avecinaba y se embarcó en la primavera de 1939 hacia los Estados Unido. De aquellos años de autoimpuesto exilio quedarán las ideas básicas de Peter Grimes (1945), la obra que lo llevará al reconocimiento mundial. Destacar su posición acerca de la guerra, estando tan distante aún en el tiempo la creación del War Requiem, sirve para ver la coherencia con la cual actuó a lo largo de su vida. Resulta fácil ser pacifista frente a guerras lejanas –espacial o temporalmente- pero cuando la contienda tiene lugar en el propio país y la presión social se hace sentir en forma directa, la posición del que piensa de modo diverso, más que sostenerse, se padece. Y Britten –sin lugar a dudas- la padeció; al menos hasta que el público privilegió su arte por encima de su ideología.
A partir de 1945, concluida la contienda y con el estreno de Peter Grimes el 7 de junio de ese año en el reabierto Sadler’s Wells Theater de Londres, la popularidad de Britten creció espectacularmente. Cuando en 1961 le encargaron el Requiem ya habían pasado casi dos décadas en las que se consolidó su bien reconocido prestigio. Habiéndose establecido la fecha de la reconsagración para el 25 de mayo de 1962, se proyectaron una serie de eventos de carácter internacional para los días subsiguientes, entre los cuales estarían el estreno de la ópera de Michael Tippett (1905-1998) King Priam y el del Requiem de Guerra de Britten para los días 29 y 30 de mayo, respectivamente.
Britten pensó este War Requiem como una obra de reconciliación por encima de los horrores de la guerra. Por ello éste no es un homenaje a los británicos que lucharon en las contiendas o una pieza pro-británica, sino una declaración pública de sus convicciones en contra de cualquier conflicto bélico. La obra quiere denunciar la perversión de la guerra en sí, no pretende el juicio hacia ningún bando en particular. El autor quiso que en los solistas vocales se representaran las nacionalidades de aquellos que habían combatido: los mismos estarían a cargo de la soprano rusa Galina Vishnevskaia, el barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau y el –eterno britteniano- tenor inglés Peter Pears, como símbolo de la importancia de la reconciliación y del valor que tuvieron las pérdidas sufridas por cada una de las partes.
Como anécdota, señalo que Vishnevskaia no pudo participar en el estreno, debido a que la por ese entonces, Ministro de Cultura soviética, Ekaterina Furtseva (1910-1974) –la única mujer en el riñón del poder en la URSS- no le permitió asistir. Britten comentó con amarga acidez en una carta a E. M. Forster: “La combinación de “catedral” con “reconciliación con Alemania Occidental”... fue demasiado para ellos [los soviéticos]”. Fue reemplazada en la ocasión por Heather Harper, aún cuando luego de esto, la intérprete participó en la primera grabación del Requiem y volvió a cantarlo en numerosas oportunidades. Intervinieron en la ejecución, el Coro del Festival de Coventry, la City of Birmingham Symphony Orchestra, el Melos Ensemble y niños de los coros de la Santa Trinidad de Leamington y de la Santa Trinidad de Stratford; el coro y la orquesta sinfónica fueron dirigidos por Meredith Davies (1922-) y la orquesta de cámara por el propio Britten.
Probablemente desde el estreno de Peter Grimes, una obra del compositor no significó un avance tan espectacular en la notoriedad del mismo, como lo fue a través de esta première y de las presentaciones subsiguientes que se hicieron en Europa y los Estados Unidos. Por otra parte, se estrenó en un momento histórico que significó un punto de inflexión y de reflexión acerca de un futuro nada promisorio para la humanidad: en plena “guerra fría”. En tal marco, la obra de Britten se eleva como un grito en contra de todas las guerras, un grito que expresaba –al decir del crítico Hans Keller (1919-1985)- el “agresivo pacifismo” que profesaba Britten.


Fuente: Mario Arkus (Colaborador de Filomúsica en Argentina).