La poliédrica perspectiva cultural de Arrigo Boito, poeta, novelista, editor, ensayista, crítico, libretista y compositor de óperas, parece que se ha visto reducida con el paso de la Historia a su faceta como autor de libretos de títulos muy conocidos de otros compositores y, después, por su faceta como compositor. En este campo, Boito se adentró casi exclusivamente en la ópera con una escasa producción de sólo dos títulos: Mefistofele y Nerone. De ellas, “Mefistófeles” es, sin dudarlo, la gran obra que ha perpetuado el nombre de Arrigo Boito en la historia de la música.

Un Fausto muy particular

El tipo de romanticismo que desarrolló Boito se enraizaba en la cultura alemana en general y en su admiración por Bach, Beethoven, Mendelssohn y Weber en el terreno musical, en particular. De ahí que el drama épico en verso Fausto de Goethe le atrajera sobremanera como material para el teatro lírico. Como si de un capricho singular se tratara, el título de “Mefístofeles” y no el de “Fausto” fue una decisión de Boito para diferenciar así su obra de la ópera de Gounod, aún cuando trataban el mismo tema y tenían una fuente literaria común.

Completada en 1868, la ópera Mefistofele se estrenó el 5 de marzo de ese mismo año bajo la dirección del joven director y compositor. En esa noche, se desprendía de la audiencia una gran tensión, mientras que fuera en la plaza, la muchedumbre esperaba su veredicto: el prólogo y el cuarteto del segundo acto en el jardín de Martha fueron bien recibidos, pero el primer acto disgustó al público, quien abucheó repetidamente el resto de la obra con la excepción del Sabba classico. Es asombroso constatar que hubo animados argumentos en los cafés y las calles sobre el fiasco hasta las cuatro de la mañana.

Al día siguiente, la Gaceta di Milano comentaba: “Si un ala de La Scala misma se hubiera derrumbado, el desastre no podría haber causado una sensación más violenta”. Lo que sí parece asunto un tanto más raro, se da la circunstancia de que unos pocos de los críticos tradicionales escribieron críticas favorables aún con reservas sobre “la frialdad académica” de los episodios más intelectuales, mientras que, por otra parte, algunos de los colegas ‘scapigliati’ de Boito -uno de ellos era Antonio Ghislanzoni, el pronto libretista de Aida de Verdi- acusaron al compositor de futurismo, de wagnerismo, sintagmas lejanos a las pretensiones neorrománticas e italianizantes de pro de tal grupo intelectual. Se enconaron tanto los ánimos que un crítico, un tal Cavalotti, reto a otro crítico a un duelo.

La representación de la ópera había durado cinco horas y media, un tiempo caro e inusitado en la época. La segunda representación, en cambio, se ofreció en dos veladas consecutivas, el 7 y 8 de marzo. En la primera de ellas se dieron el prólogo y los actos I, II y III, mientras que en la segunda pudo disfrutarse de una repetición del prólogo y de los dos últimos actos además de un interludio sinfónico. Pero la respuesta del público fue igualmente hostil, hasta el punto de que la policía hubo de intervenir y la ópera hubo de retirarse de los carteles. Desilusionado, Boito desechó la partitura, la quemó casi toda y sometió la obra a una honda revisión. Fue un proceso lento pues durante los siete años siguientes,Boito pareció olvidarse de la desolada partitura para volver a escribir libretos y poemas para sus editores Riccordi y Lucca.

Mefistofele renace de sus cenizas

Metido de lleno de nuevo en la reforma de Mefistofele, Boito suprimió todo el acto IV original e incluso una escena en el Palacio Imperial que encendió particularmente al público milanés, así como un interludio sinfónico que describía la batalla entre los hombres del Emperador comandados por Mefistófeles y las tropas del Anti-Emperador.