La revolución de Górecki consiste, en el caso de la Sinfonía núm. 3, de las lamentaciones, en un importante descubrimiento: tras tantos años perdido en el bosque infranqueable del serialismo integral encuentra el valor de la emoción en la ausencia de la variación armónica y en la repetición de células temáticas minimalistas sobre una textura muy simple. La repetición ad nauseam crea un efecto hipnótico adecuado a unos textos que cautivaron profundamente al compositor polaco en 1973.

Por fin cae el velo: no es ni la alta poesía de Goethe, Heine o Eichendorf, con su vuelo poético de alta cultura: son las palabras simples y tersas que nacen del dolor de una madre que ha perdido a su hijo. Es un texto recogido por el folclorista polaco Aldolf Digacz en la región de Silesia que describe el dolor de una madre por la pérdida de su hijo, probablemente durante las rebeliones de 1919-1921. Para Górecki resultó «un texto poético maravilloso. No sé si un poeta profesional podría crear tanta fuerza poética con palabras tan simples y tersas. No hay pena, desesperación o resignación, ni gesticulaciones exageradas: sólo hay el dolor y los lamentos de una madre que ha perdido a su hijo» y que, como Bartleby, acepta su desolación como una circunstancia ineludible.

Ese mismo año de 1973, Górecki oyó hablar de una inscripción en la pared de una prisión de la Gestapo en Zakopane, al pie de los Montes Tatras, al sur de Polonia. Eran las palabras de Helena Wanda, de dieciocho años, encarcelada en septiembre de 1944: «Oh mamá, no llores – Inmaculada Reina Celestial, socórreme siempre». Como explica el propio compositor, y frente a los chillidos desesperados de otros presos, «ella es diferente. No desespera, no llora, no exige venganza. No piensa en sí misma, si merece o no este destino». Ante la opción de reclamar justicia o venganza por su cruel destino, ella prefiere no hacerlo y piensa en su madre quien, sin duda alguna, «experimenta la verdadera desesperación».

Ya con los textos de una madre hacia su hijo —tercer movimiento— y de una hija hacia su madre —segundo movimiento— a Górecki únicamente le falta un texto para abrir la sinfonía: será el de una canción popular del siglo XV de la ciudad de Ople, una pasaje en el que la Virgen María reclama a Jesús que comparta con ella sus heridas en el mismo momento de la crucifixión y que le servirán para abrir esta sinfonía cosida con lamentos y con la que, con su minimalismo esencial y sin habernos movido prácticamente del sitio, nos lleva, al final y al igual que Bartleby, realmente muy lejos. Fuente: ORQUESTA Y CORO NACIONALES DE ESPAÑA