Dondequiera que se haga referencia al tercero de los conciertos para piano de Sergei Rachmaninov, se sentirá una brisa fresca, nueva y agradable. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el segundo de sus conciertos, a base de insistencia, repetición incesante y versiones mediocres, se ha convertido en uno de los mayores lugares comunes en la historia de la música concertante. Es verdad, el Segundo concierto para piano de Rachmaninov tiene algunos pasajes interesantes, pero también tiene otros demasiado almibarados para ser tolerados con la frecuencia con la que directores y pianistas lo recetan al público. Así pues, bienvenida la oportunidad de hablar del Tercer concierto de Rachmaninov, que es mucho menos conocido que el segundo. ¿Quién mejor para hablar de esta obra sino el propio compositor? Rachmaninov cuenta lo siguiente, refiriéndose al ensayo previo a la segunda ejecución de su Tercer concierto para piano, en la que él mismo habría de ser el solista. El director sería, ni más ni menos, Gustav Mahler (1860-1911):

“En ese tiempo yo consideraba a Mahler como el único director de la misma categoría de Arthur Nikisch. Conmovió mi corazón de compositor de inmediato, dedicándose por entero a mi concierto hasta que el acompañamiento, que es bastante complicado, había sido ensayado a la perfección, aunque ya había hecho antes otro largo ensayo. Según Mahler, cada detalle de la partitura era importante, actitud que por desgracia es poco común entre los directores. El ensayo comenzó a las diez y yo debía llegar a las once. Llegué a tiempo, pero no empezamos sino hasta las doce, cuando sólo quedaba media hora, durante la que hice mi mejor esfuerzo por tocar una composición que suele durar treinta y seis minutos. Tocamos y tocamos… La media hora ya había pasado pero Mahler no se fijó en ello. Aún recuerdo un incidente que es característico de él. Mahler era muy estricto y disciplinario, cualidades que considero esenciales para un buen director. Llegamos a un difícil pasaje de violín en el tercer movimiento, que requiere de algunas arcadas poco comunes. De pronto Mahler, que había dirigido este pasaje a tempo, golpeó en el atril y dijo: “¡Alto! No se fijen en las arcadas marcadas en el papel. Toquen este pasaje así.” Y procedió a indicar una arcada diferente. Después de que hizo que los primeros violines tocaran el pasaje solos tres veces, el violinista que se sentaba junto al concertino bajó su violín y dijo: “No puedo tocar este pasaje con esta clase de arcada.” Mahler le preguntó entonces qué clase de arcada quería usar, a lo que el violinista contestó que prefería la que estaba marcada en la parte. Entonces Mahler dio orden de tocar el pasaje como estaba escrito. Este incidente era un claro desaire al director, pero Mahler lo tomó con toda dignidad.”